Sugerente el título y la portada la de este libro escrito por el científico octogenario James Lovelock, que postuló a comienzos de los 70 junto a Lynn Margulis la Hipótesis de Gaia, que luego se convertiría en la Teoría de Gaia (la tierra es un sistema autorregulado que surge de la totalidad de organismos que la componen, las rocas de la superficie, el océano y la atmósfera, estrechamente unidos como un sistema que evoluciona. El sistema tiene un objetivo: la regulación de las condiciones de la superficie para que sean lo más favorables posible para la vida que en aquel momento pueble la Tierra. Se basa en observaciones y modelos teóricos y ha realizado predicciones correctas).
En la portada se muestra la tierra convertida en una bomba, con la mecha encendida. ¿Cuándo explotará la tierra?. Esto no lo sabe ni Lovelock ni nadie, pero el autor se plantea una situación, la actual, en la que podríamos afirmar que hemos sobrepasado la línea de no retorno. Esto es, hagamos lo que hagamos, ya es tarde, para restablecer la salud de la tierra. Solo podemos pues poner parches. No afirma el autor que la tierra vaya a saltar por los aires, o a explotar, sino que la biosfera, allá donde vivimos, está seriamente dañada y nuestra civilización en el futuro se verá mermada. No desaparecerá por tanto la humanidad, sino que habrá millones de bajas. Algunos sobrevivirán. Con la subida del nivel del mar, muchas ciudades serán sepultadas bajas las aguas, lo que hará que la gente tenga que desplazarse a nuevos lugares. La temperatura será mayor, pues el sol calentará con más fuerza y la gente morirá como pasó en Francia en el verano de 2003, los recursos se verán limitados, la tierra no dará de sí para abastecer a los futuros ocho mil millones de personas. Habría que dejar de maltratar a la tierra, no talar tantos árboles, contaminar menos la atmósfera con dióxido de carbono, reducir la dependencia del petróleo y hacer las cosas de otra manera…
Lovelock habla detalladamente en un capítulo de todas las fuentes de energía actuales y futuras de las que dispondremos. El autor defiende a capa y espada la energía nuclear. Según él, es la que menos muertes causa, la más eficiente, pero tragedias como la bomba atómica de Hiroshima o Chernobyl crearon mala prensa de todo aquello que oliera a nuclear, siendo demonizada desde entonces. Lovelock aboga por esta energía, que genera menos residuos y ocupan mucho menos espacio que los residuos derivados de la quema de fósiles, además es “la única fuente de energía que satisfará nuestra demanda sin suponer una amenaza para Gaia ni inferferir en su capacidad para mantener el clima y una composición atmosférica adecuadas para la vida. Las reacciones nucleares son millones de veces más potentes que las reacciones químicas”.
Para el autor, el número de muertes ocurridas en Chernobyl que se dieron por buenas, fue una gran mentira, pues no fueron más de 75 las personas que murieron.
A la hora de hablar de las energías alternativas como la energía solar o eólica, no duda el autor de su limpieza e incluso de su eficiencia futura, pero no es eso ahora lo importante, sino más bien, si es lo que ahora, ante esta situación de emergencia que vive la tierra, el mejor camino a seguir. De nuevo Lovelock reivindica la energía nuclear como un gran remedio a nuestros males, hacen faltan soluciones urgentes y la energía eólica, biomasa, o la solar no aliviaran a corto plazo la salud de la tierra, incluso pueden llegar a empeorarlo.
Lovelock en algo más de doscientas páginas no hace una sesudo estudio científico, ininteligible para las grandes masas, sino que trata de hacernos comprensible la problemática de la tierra para que todos la entendemos, abogando por el debate, la reflexión, por discutir las cosas y no asumir ciertas planteamientos e ideas que científicos interesados y grupos de presión dan por válidas, sin rechistar (como la maldad de la energía nuclear), buscar soluciones, pero para ello habría que tener presente que el problema existe, que el calentamiento global es hoy una problema que afecta a todo el planeta y visto el percal no parece que todos los Gobiernos tengan la misma sensibilidad hacia el problema.
Como en la ciencia no hay certezas, no se puede decir qué sucederá dentro de cien o de quinientos años, pero Lovelock nos explica el camino seguido hasta la fecha, la actuación de los humanos en el hábitat, la idea equivocada de que el planeta nos pertenece, y cómo la tierra se vengará de sus ocupantes, nosotros, que tan mal la tratamos. Merece la pena dedicar unas horas a leer este libro. Aprenderemos muchas cosas interesantes y nos abrirá los ojos a ciertas realidades que entre unos y otros han creado, impidiendo que los ciudadanos nos preguntemos nada acerca de lo que sucede.
Me he reído con las palabras dedicadas a esos “ecologistas urbanos” que no han pisado el campo en su vida.
Si no sabemos nada del estado real de la tierra, pues como dice Lovelock apenas se publica nada al respecto, a no ser publicaciones científicas como Science o Nature, exclusivas de especialistas ¿de qué vamos a debatir entonces nosotros los ciudadanos?. ¿cómo hablar de lo que desconocemos?. De ahí que los parques eólicos que destrozan los paisajes nos parezcan maravillosos.
James Lovelock es un científico británico nacido en 1919 que se graduó en química pero que en su larga carrera profesional ha trabajado en multitud de campos: medicina, biología, instrumental científico, geofisiología, etc. En este punto tengo que reconocer que me he tenido que parar a buscar que era eso de la geofisiología, y tiene que ver con la teoría de Gaia que él enunció en los años 60La teoría de Gaia nació de un requerimiento que le hizo la NASA para intentar descubrir la existencia de vida en Marte. Lovelock pensó que la baja concentración de CO2 en la atmósfera era la prueba de que ésta no se encontraba en equilibrio químico, y que esta situación era debida a que la presencia de la vida alteraba el equilibrio atmosférico llevándolo a un punto de menor entropía. El detector de vida que la sonda debía llevar a Marte debía ser un medidor de entropía.
El fundamento de la teoría que desarrolló era que los seres vivos y el planeta en el que viven formaban un sistema complejo con capacidad de autorregulación. No fue muy bien acogida por otros científicos, porque parecía considerar al planeta como un ser vivo.
El libro está escrito con un tono muy amable huyendo del catastrofismo, sin embargo la trascendencia económica y cultural de las actividades que desequilibran Gaia y lo poco efectivas que son las medidas propuestas para corregirlas me dejaron sumido en el pesimismo.
Lovelock arroja un jarro de agua fría sobre los que piensan que los biocombustibles pueden formar parte de la solución al consumo de petroleo. Se necesitarían 2-3 GTm de carbono en forma de biocombustibles para sustituir el petroleo en el transporte, frente a las 0,5 GTm de carbono que empleamos como alimento. Esto significa que deberíamos multiplicar por 6 la superficie que actualmente dedicamos a la agricultura y el equilibrio del planeta no lo soportaría. De hecho, Lovelock propone en otro capítulo del libro reducir la superficie cultivada del planeta sintetizando alimentos para animales de granja. Los biocombustibles serían interesantes si se obtuviesen de residuos vegetales pero dejarían de serlo si les habilitamos nuevas zonas de cultivo.
Respecto a la energía eólica, las granjas de aerogeneradores ocasionan un impacto ambiental, además sólo están operativas un 15% del tiempo, por lo que habría que compaginarla con otras fuentes.
La combustión de gas natural produce menos CO2, pero él mismo es un gas de efecto invernadero 4 veces más pernicioso que el dióxido de carbono y los escapes durante su utilización podrían llegar a anular sus ventajas.
Bueno, ¿y qué podemos hacer?. Lovelock considera la energía de fusión nuclear como la solución a nuestros problemas de energía, sin embargo hasta que sea técnicamente viable debe considerarse utilizar la energía de fisión como fuente de energía transitoria, complementada con energía hidroeléctrica y solar. A favor de la fisión nuclear destaca su seguridad, (muertes/cantidad de energía producida), sus residuos son peligrosos pero fácilmente controlables porque se generan en puntos conocidos, a diferencia de lo que le ocurre al CO2 que su generación es más dispersa y por tanto más complicado su control.
¿Somos demasiados?El naturalista británico David Attenborough ha afirmado que los más de 6.800 millones de seres humanos que vivimos en la Tierra superamos el cupo de los que el planeta puede aguantar. Attenborough está a favor de reducir la población con el fin de proteger el medio ambiente, opinión que ha generado ¿Hay demasiada gente en el mundo? El célebre naturalista británico sir David Attenborough cree que sí. Ha afirmado que los más de 6.800 millones de seres humanos que vivimos en la Tierra superamos el cupo de los que el planeta puede aguantar. Director y presentador de numerosos documentales de la cadena BBC sobre la naturaleza, Attenborough está a favor de reducir la población con el fin de proteger el medio ambiente, opinión que ha generado una fuerte polémica. SABIAS QUE . . .«He visto la vida salvaje amenazada bajo la creciente presión humana. Pero no por la economía o la tecnología, detrás de cada amenaza está la aterradora explosión demográfica», explica el naturalista en la página web de la organización Optimum Population Trust (OPT) -www.optimumpopulation.org-, a la que se ha unido como patrono y que aboga por mermar la población de Gran Bretaña. En la página de OPT se puede observar un contador que suma los nacimientos que se producen en todo el mundo. El ritmo oscila entre 3 y 4 alumbramientos por segundo. Para la organización, es excesivo. Un contador similar instalado en la ONU alcanzó en octubre de 1999 el número 6.000.000.000. Como símbolo de concordia, se decidió adjudicar el honor de encarnarlo en un niño nacido en Sarajevo de padres bosnios musulmanes. El entonces secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, visitó a la familia y reconoció oficialmente a la criatura como el habitante 6.000 millones de la Tierra. En apenas 10 años se le han sumado 830 millones más. OPT prevé que para 2050 la población mundial rebasará los 9.100 millones. «Esto es aterrador -afirma Attenborough-. Estamos viendo las consecuencias en términos de ecología, contaminación atmosférica, espacio y producción de alimentos». Para el influyente divulgador «el mundo no puede mantener a un número infinito de personas». Los responsables de OPT afirman que gobiernos, científicos y ecologistas se niegan a afrontar el problema. Fundada en 1991, la organización pide recortar la población británica -unos 61 millones de personas- a un ritmo del 0,25% anual mediante «medidas no coercitivas», como la campaña 'Stop at two', que propone a las parejas del Reino Unido que se comprometan formalmente a no tener más de dos hijos. Las declaraciones de Attenborough han sido aplaudidas por varios científicos, pero también han recibido duras críticas. En 'The Times', Austin Williams, autor del ensayo 'Los enemigos del progreso', desautorizaba al naturalista: «Los expertos pueden decir estupideces cuando hablan de cosas de las que no saben». Para Williams, Attenborough puede saber muchísimo de animales, «pero eso no le da la inteligencia para hablar de políticas globales. Que haya más gente es algo bueno. Las personas son la fuente de la creatividad, la inteligencia y la capacidad de analizar y resolver problemas». Según Williams, los planteamientos de la OPT sólo pueden ser aceptables «si vemos a las personas como simples cosas que consumen y excretan carbono». Una vieja polémica El debate abierto por el naturalista inglés no es nuevo. De hecho, ya en el siglo XVIII el economista Thomas Malthus pronosticó que el aumento de la población europea iba a ser tan acelerado que acabaría con todos los recursos disponibles. Manuel Toharia, director científico del complejo Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia, recuerda que el célebre oceanógrafo Jacques Cousteau «presentó opiniones similares a las de Attenborough hace muchos años en una conferencia de la ONU. Fue una intervención que le valió una durísima réplica de la Iglesia católica porque había defendido la aplicación de políticas de natalidad y el uso de los preservativos». Para Toharia hay que tener en cuenta que el impacto del ser humano sobre el entorno «es enorme. La agricultura y la ganadería son grandes depredadores. Y cuanta más gente hay, más impacto se produce». Pero hay que matizar. «Si los casi 7.000 millones que habitamos el mundo viviéramos con el tren de vida de los estadounidenses, el planeta sería inhabitable. Pero si los 7.000 millones viviéramos como los pobres, evidentemente no habría impacto. Eso sí, viviríamos peor y viviríamos menos». En su opinión, «es evidente que somos muchos. Tenemos que reducir la población mediante medidas de control de la natalidad». Desde su punto de vista, «sobra gente, pero sobramos los ricos, que somos los menos pero los que más impacto causamos en la naturaleza». Toharia señala que el 20% de la población consume el 80% de los recursos del planeta. «Además de reducir la población, hay que repartir lo que a nosotros nos sobra. Pero son medidas incompatibles con la economía de mercado, se trata de una utopía. Así que soy pesimista». «No habrá extinción» Eudald Carbonell, prehistoriador y codirector de las excavaciones de Atapuerca, cree que nuestra especie «camina hacia el colapso de forma irremediable». Enfocando la cuestión desde un punto de vista evolutivo, apunta que el ser humano afronta tres posibles escenarios: la continuidad, el colapso o la extinción total. Carbonell cree que se va a dar el segundo. «Mi opinión es que la socialización de la revolución científico-técnica provocará un cuello de botella que puede representar la pérdida de un porcentaje de en torno al 15% de la especie». Para Carbonell este episodio es inevitable. «No se puede hacer nada para evitar el colapso porque no tenemos un cerebro preparado para hacerlo. No ha nacido aún una conciencia crítica de especie. No conseguiremos regular y equilibrar el sistema dinámico del planeta hasta que entremos en la sociedad del pensamiento. Y aún estamos en la del conocimiento». A pesar de lo que pueda parecer, el prehistoriador es muy optimista. «Lo soy porque no estoy de acuerdo con los que dicen que nuestra especie se va a extinguir muy rápido. La especie saldrá adelante». Eduardo Angulo, profesor de biología celular de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV, apunta que «la de la superpoblación es la catástrofe que nunca acaba de llegar. Hasta ahora las alarmas nunca se han cumplido». El científico recuerda que se discutió mucho sobre este asunto «a partir de los años 60, a raíz de un libro del entomólogo Paul Ehrlich, 'The Population Bomb'». La obra «era bastante catastrofista y preveía a corto plazo, para los 70 y 80, el colapso de la civilización, el agotamiento de los recursos y hambrunas globales». Como tales desastres no acababan de producirse, Ehrlich y sus seguidores «han ido renovando sus argumentos cada cierto tiempo», comenta Angulo. «¿La superpoblación es un problema? Pues sí, nadie lo pone en duda, pero la población mundial está ya muy por encima de las cifras que al principio se consideraban catastróficas -indica el biólogo-. El problema es que hay recursos que no llegan a todo el mundo porque están mal repartidos». Angulo señala que países como China e India «están saliendo del desastre gracias a que han mejorado las técnicas de cultivo y de producción de alimentos, que se han repartido mejor y han llegado a más gente». Para el biólogo hay un «dato claro: cuanto más desarrollado es un país, tiene menor tasa de fecundidad. Es lo que pasa aquí». En las naciones más desarrolladas hay menos hijos. «Son los países en desarrollo los que tienen el problema de la fecundidad. Habrá que ver qué es lo que ocurre en esos países cuando salgan adelante». | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||